miércoles, 26 de mayo de 2021

EL ORIGEN DE LA LEYENDA DEL GRIAL (2ª parte)

 

En el ambiente represivo de la Europa cristiana del siglo XIII, ser percibido como disidente espiritual equivalía a sacar todos los números para el patíbulo. Por eso los relatos griálicos fingen describir una búsqueda larga y peligrosa, la de la suprema reliquia sagrada, el cáliz de Cristo.

El buscador se pone en route a tentaciones y peligros físicos de muchas clases. Y esto no era, a fin de cuentas, sino la expresión poética de una realidad medieval bien conocida por todos: la ruta del peregrino y sus peligros. Era costumbre admitida que los devotos realizasen un largo y arduo viaje con el fin de venerar las reliquias de algún santo fenecido  desde hacía mucho tiempo en lejanos países. 

¿Acaso no era la búsqueda del Santo Grial cosa muy parecida? Pero no se trataba en absoluto de buscar una reliquia física. Era la descripción alegórica, en términos admisibles para la fe católica, de una búsqueda herética y alquímica.

Las narraciones de Chrétien de Troyes y Wolfram von Eschenbach son guías para un camino de perfección espiritual, en donde el "vil metal" de la humanidad falible se transmutará por fin en el "oro puro" de la unión espiritual con lo divino. De tal manera que Parzival no es ni más ni menos que la guía codificada de un camino ascendente de iniciación. 

Comprenden los relatos griálicos otras alusiones codificadas o sistemas de creencias incompatibles con el poder monolítico de la Santa Madre Iglesia. Se describe al rey del Castillo del Grial como el Rey Pescador, cuyo estado de salud o falta de ella refleja la situación espiritual y física de la nación a la que él sirve. 

El llagado Rey Pescador sirve imperfectamente a un país empobrecido, y así también los usurpadores que dirigen a la Iglesia cristiana deterioran la vida espiritual de aquellos a quienes pretenden servir. Cuando el Rey Pescador recobre la salud gracias a aquel cuya pureza le permite ver el Grial, retornará la buena fortuna a su reino arrasado. Cuando las auténticas enseñanzas de Jesús triunfen una vez más sobre la codicia, las mentiras y la hipocresía, será posible la devolución del poder de los cielos sobre la tierra, que es el objetivo último de la doctrina de Rex Deus. 

En esto consiste el significado del Grial, de acuerdo con un mitólogo de reputación internacional. Al tratar de la importancia del Grial, el profesor Joseph Campbell cita en particular un pasaje del Evangelio de Tomás: "Aquel que beba de mi boca será como yo, y yo seré él".

Según Campbell estas palabras describen la revelación última, la iluminación resultante del éxito en la búsqueda del Santo Grial. Podríamos seguir encontrando en el relato otras claves que apuntan a Rex Deus y a las creencias de los templarios. La visión de una cabeza ensangrentada que llevan en bandeja a una celebración simboliza la importancia de la cabeza de Juan el Bautista, y las alusiones a Sofía, el principio femenino de la Sabiduría, son demasiado numerosas para recontarlas.


M. Hopkins - G. Simmans - T.Wallace-Murphy: LOS HIJOS SECRETOS DEL GRIAL

martes, 25 de mayo de 2021

EL ORIGEN DE LA LEYENDA DEL GRIAL

 La leyenda del rey Arturo y de la búsqueda del Santo Grial están inextricablemente unidas y no sólo por su origen. Ambas comparten el sentido idealista, el deseo de buscar la perfección espiritual sobre el trasfondo brutal de la realidad.

No deja de ser curioso que tantos estudiosos modernos hayan observado que toda la materia medieval del Grial y de las novelas artúricas parezca provenir de una fuente común y perdida en época muy remota, Se han trazado paralelismos entre esa fuente hipotética y las obras a que han dado lugar, por un parte, y la llamada "Q" o fuente de donde derivaron los Evangelios sinópticos, por otra.

No obstante, y sin negar que tal vez pudo existir un origen documental común en la obra de los principales exponentes de la leyenda griálica, Chrétien de Troyes y Wolfram von Eschenbach, de un lado, y los diversos autores ingleses del género artúrico, del otro, nosotros sabemos que la fuente común auténtica de toda esa mitología proviene de las doctrinas y tradiciones de Rex Deus.

La fuerza duradera y omnipresente de esa mitología ha sido descrita por Malcolm Godwin en los términos siguientes:

    Más que ningún otro mito occidental, la leyenda del Grial retiene la magia vital que la identifica como una leyenda viva, capaz de hablar simultáneamente a la imaginación y al espíritu. No hay otra tan rica en simbolismo, tan variada y muchas veces tan contradictoria en cuanto a su sentido. En su núcleo subsiste un secreto, y esto es lo que ha perpetuado la atracción del Grial en el curso de los 900 años transcurridos, mientras otros mitos y leyendas caían en el olvido sin que nadie los echase en falta.

El Grial adopta diversas formas, según las descripciones. En su variante más difundida la leyenda dice que era la copa en donde José de Arimatea recogió la sangre y el sudor de Jesús crucificado. Si eso fue cierto, sólo pudo ocurrir una vez descolgado Jesús de la cruz y muerto, por tanto, a tenor de uno de los artículos principales de la fe cristiana.

Pero hay tres razones por las cuales no pudo suceder así. La primera, la aversión religiosa judía al contacto con cadáveres y con la sangre, impedía que esa acción se realizase como quiere la fe popular. Si José hubiese tocado el cadáver de Jesús habría tenido que someterse luego a un largo período de purificación ritual, y no habría podido participar en la celebración de la Pascua. La segunda es que la tradición de los buenos creyentes judíos de la época, continuada por los hassidim o asideos actuales, obligaba a sepultar el difunto tan completo como fuese posible, con todo su cuerpo y su sangre, a fin de garantizar la vida en el más allá. Esa práctica reverencial no consentiría retirar una parte de la sangre para conservarla en otro lugar. Por último, la moderna ciencia de la medicina forense nos ha enseñado muchas cosas sobre las primeras fases post mortem que no se conocían en la época de la crucifixión, y que contradicen el relato. ¡Los muertos no sangran! En consecuencia sólo caben dos explicaciones plausibles: o todo el relato es una ficción devota, o más probablemente las cosas ocurrieron tal como se cuenta e indican que Jesús estaba vivo cuando lo bajaron del Gólgota. Es el tema que conmemoran visualmente las estaciones del vía crucis de Rennes-le-Château y que describe el Evangelio perdido de Pedro.

SEGUIRÁ


M. Hopkins - G. Simmans - T.Wallace-Murphy: LOS HIJOS SECRETOS DEL GRIAL



martes, 18 de mayo de 2021

QUIENES SON LOS INDOEUROPEOS - Francisco Villar

 QUIÉNES SON LOS INDOEUROPEOS

No han tenido fortuna en el nombre con que son designados. El de «indoeuropeos » es un término demasiado largo y poco eufónico. Y sin embargo parece haberse impuesto de forma casi general a costa de otras designaciones alternativas. En los ambientes académicos de Alemania se les llama «indogermanos ». Y hace unas décadas, tanto en Alemania como en el resto de Europa se extendió la denominación de «arios», aunque más en los medios políticos y periodísticos que en los científicos.

El nombre con que suele conocerse a los pueblos puede ser bien el que cada uno de ellos se da a sí mismo (endoétnico), bien el que le dan sus vecinos (exoétnico). Lo que no siempre coincide. A los habitantes de Alemania, por ejemplo, nosotros los llamamos alemanes, los ingleses Germans, los italianos tedeschi y los polacos niemcy. Pero ellos se llaman a sí mismos Deutsche y a su país Deustschland.

En lo que a los indoeuropeos se refiere, desconocemos tanto la forma en que ellos se llamaban a sí mismos, como el nombre o los nombres que les dieron sus vecinos cuando eran todavía un pequeño pueblo unitario. Como tal, los indoeuropeos vivieron en una época prehistórica y ningún resto escrito por ellos ha podido llegar hasta nosotros para informamos directamente sobre ése y otros aspectos.

Todo lo que sabemos sobre aquellos remotos antepasados nuestros lo conocemos a partir de elementos que han sobrevivido en la lengua de los pueblos históricos que de ellos descienden, mediante un proceso deductivo que se parece en muchos aspectos a la solución de un problema policial. Pues bien, hay quienes creen que existen determinados indicios que podrían revelamos el nombre que ellos se daban a sí mismos. 

En el extremo oriental del ámbito ocupado históricamente por los pueblos indoeuropeos encontramos un grupo de ellos que se llaman a sí mismos aryäs. Se trata de los habitantes de la India, Pakistán, Afganistán y Persia. Desde la más antigua literatura de la India, el libro sagrado del Rig-Veda, hay constancia de que se designaban a sí mismos con ese nombre. Siglos más tarde, durante el Imperio Aqueménida (s. v a. C.) los habitantes de Persia se llamaban a sí mismos con idéntica denominación; y de algunos personajes se decía que eran ariya-cica «de origen ario». Esa designación se encuentra también en el nombre propio del bisabuelo de Darío, Ariyaramna (Ariaramnes). Y por lo demás, con las naturales modificaciones que las lenguas experimentan con el trascurso del tiempo, el término ha quedado en el nombre moderno del Irán y sus habitantes los iraníes o iranios.

Si su presencia se limitara a ese grupo de pueblos no habría razón alguna para suponer que tal era el nombre con que los indoeuropeos se llamaban a sí mismos. Si ha habido especialistas que así lo han pensado se debe a que han creído encontrar en el extremo occidental del mundo indoeuropeo un conjunto de hechos muy similar. Como elemento integrante de antropónimos encontramos Ariomano entre los celtas y Ariovisto entre los germanos (aunque este último es el nombre del célebre caudillo de los suevos que tan en contacto estuvo con las tribus celtas de secuanos y eduos, a quienes sometió en época de César). Y como nombre que un pueblo se da a sí mismo y a su país, se aduce irlandés, Irlanda (Eire), que en su forma medieval es Ériu en lengua irlandesa. Al estar testimoniado el mismo hecho a la vez en los más orientales y en los más occidentales de entre los pueblos indoeuropeos, debe concluirse que ésa era la denominación originaria del pueblo indoeuropeo, que han conservado en herencia celtas, indios o iranios. Si no fuera así, habría que admitir el hecho improbable de que dos pueblos tan alejados entre sí en el tiempo y en el espacio, sin poder ponerse de acuerdo, ni tomar contacto, habrían coincidido casualmente en llamarse cada uno de ellos a sí mismo con idéntico nombre.

Basados en la equiparación Arya/Èriu, esos mismos especialistas concluyeron que los indoeuropeos se llamaban a sí mismos *aryós, palabra común de la que derivarían las formas históricas de uno y otro rincón de Eurasia. Pero sucede, por otro lado, que aparte del nombre que se dan esos pueblos, el término subsiste como palabra de uso común en sánscrito, donde arya- significa también «señor», «persona perteneciente a la nobleza o a las castas superiores ». Y eso disparó la imaginación de muchos, que se creyeron descendientes de un pueblo de «señores», pueblo superior a otros pueblos, que ya en sus raíces se sabía destinado a dominarlos y a señorear el mundo. 

El razonamiento en que se basó esa conclusión es, en sí mismo, impecable, y se fundamenta en uno de los criterios más sólidos del método comparativo: el de las áreas laterales, que en su momento explicaré. Pero la exactitud de las deducciones obtenidas mediante su aplicación depende, entre otros factores, de que los términos comparados sean realmente comparables. En nuestro caso, depende de que arya, Iran y Ériu sean términos emparentados, efectivamente descendientes de una misma palabra indoeuropea. En cambio, todo el razonamiento se derrumbaría si resultara que no son términos emparentados, sino que originariamente eran ajenos entre sí. Pues bien, hay razones para pensar que ése es el caso.

En plena efervescencia del nacionalismo «ario», Julius Pokomy observó con razón que el término irlandés Ériu (acusativo Érin) para designar a Irlanda, debe ponerse en relación con la palabra que esa misma isla recibe en galés. 

Y a su vez, ambas denominaciones, con las distintas variantes empleadas por los geógrafos griegos y romanos, que conocieron Irlanda con los nombres de Hibernia, Iouernia, Iiiberio e lerne. 

Galés e irlandés son dos lenguas muy próximas (ambas célticas) y es razonable pensar que las palabras para designar Irlanda en una y otra estén relacionadas. Pues bien, en galés el término empleado es Ywerddon, cuya fonética está más cerca que la irlandesa Ériu del Hibernia clásico. Y Pokomy demostró que tanto Ériu como Ywerddon proceden por la evolución fonética regular propia de cada una de esas dos lenguas de una antigua palabra compuesta *epi-weryo(n) que significaba precisamente «La Isla». De modo que aunque en la actualidad ario e Irán presentan un parecido indudable con Ériu e Irlanda, sin embargo tienen una prehistoria muy diferente, ya que derivan de formas y significados sin ninguna relación, respectivamente *aryo- «señor» y *epiweryon «La Isla».

No hay razón, pues, para pensar que los celtas se llamaran a sí mismos con el nombre de *aryös. Y por lo tanto, de los datos que se aducían para demostrar que los indoeuropeos se llamaban a sí mismos *aryos, tan sólo quedan en pie dos: 1) la presencia de ese término en antropónimos celtas y germanos como los arriba citados y 2) que los habitantes de la India y el Irán se daban a sí mismos ese nombre. Pero la única conclusión correcta que de ellos cabría inferir es que en indoeuropeo había un adjetivo *aryo- que significaba «señor», o algo similar, que se utilizaba en la onomástica personal, y que uno de los grupos de pueblos indoeuropeos históricos (los indios e iranios) eligieron ese antiguo adjetivo como denominación nacional.

La historia tiene a veces amargas ironías. Hace unos pocos años O. Szemerényi encontró que en ugarítico existe el término áry- con el significado de «pariente, miembro de la propia familia, compañero», que estaría relacionado a su vez con egipcio iry «compañero». De donde resulta que el término ario, que en su momento fue usado como bandera para el exterminio de la raza judía, tiene precisamente una procedencia semita y en las lenguas indoeuropeas es tan sólo un préstamo.

El resultado de todo lo que precede es que nos quedamos sin el más leve indicio sobre el nombre que los indoeuropeos se daban a sí mismos. Y, ya que tampoco sabemos cómo los llamaban sus vecinos, resultó necesario improvisar alguno. De hecho han sido al menos tres los términos acuñados para designar a ese pueblo, y los tres basados en el mismo principio: crear una palabra compuesta cuyo primer miembro contenga la designación del pueblo histórico más oriental de la familia indoeuropea, y el segundo el más occidental.

El más antiguo remonta al siglo xvii y es por consiguiente anterior a la fecha del nacimiento de esta ciencia, que en general situamos en el primer tercio del xix. Lo propuso Andreas Jäger en un libro que apareció con el nombre de De Lingua Vetustissima Europae («Sobre la lengua más antigua de Europa»), publicado en la ciudad alemana de Wittenberg (1686).

Jäger tenía ideas extraordinariamente claras para su época. En su opinión, en un pasado remoto se habría hablado en el Cáucaso una lengua que más tarde habría desaparecido, pero no sin dejar un buen número de herederas contemporáneas: el griego, el latín, las lenguas eslavas, el celta, todo el conjunto de las lenguas germánicas y el persa. Jäger no conocía el sánscrito, que tan sólo en el siglo xviii, con la colonización inglesa de la India, se pondría al alcance de los estudiosos europeos.

De las lenguas emparentadas que podía manejar el erudito alemán, la más oriental era la persa y las más occidentales el celta y el germánico. Pero al persa lo llamaba él con el nombre de «escita». Y como, por otra parte, opinaba que el gótico y las restantes lenguas germánicas eran formas modificadas del celta, propuso como nombre de la lengua ancestral el de «Escito-celta».

Estas ideas de Jäger, como ocurre con casi toda nueva concepción de cierta entidad, no surgieron de la nada. Antes que él hay toda una tradición centroeuropea de pensadores que persiguieron el esclarecimiento de los orígenes de nuestras lenguas y de nuestros pueblos. Hacía siglos que los espíritus más curiosos y menos conformistas daban vueltas a un problema que les inquietaba: el de la heterogeneidad de las lenguas habladas. Pues en la Europa de la época era creencia — inducida por la mitología judeocristiana— que todos los hombres procedían de una sola pareja y, por consiguiente, era presumible que todas las lenguas procedían de una sola lengua. Y como los estudiosos no habían descubierto todavía el hecho de que las lenguas evolucionan y se alteran con el paso de los siglos, eso chocaba con la constatación de que sólo en Europa se hablaban incontables lenguas diferentes. Y ese choque se hizo dramático tras la era de los descubrimientos, cuando pudo constatarse que la variedad de las lenguas humanas era muy superior a cuanto podía haberse imaginado.

La explicación de la variedad de las lenguas que circulaba por la época era también de origen judío. Se trataría de un castigo divino a la soberbia del hombre, narrado en la Biblia y conocido como el episodio de la Torre de Babel.

Pero contra esa explicación legendaria se habían rebelado, al menos desde el siglo XVI, las mentes más críticas de Europa, dando lugar a esa corriente de opinión que culminó en la figura de A. Jäger. En ella se incluyen nombres como J. Goropius Becanus en el s. xvi, y A. Mylius, A. Rodomius Scrieclcius, J. Georgius Schottelius, J. de Laet y O. Rubdeclcius en el xvii .

El segundo nombre propuesto fue el de «Indogermano», surgid o ya en el siglo XIX en Alemania, tras el descubrimiento científico de la existencia de esta gran familia lingüística. Como miembro más oriental elige a los habitantes de la India y como miembro más occidental al pueblo germánico del que los alemanes forman parte. Ése es, como ya he dicho, el término que sigue vigente en los países de lengua alemana.

El tercero es el de «Indoeuropeo». Lo introdujo —o al menos lo empleó por vez primera en forma escrita— el británico Th. Young en una reseña al Mithridates de Adelung aparecida en la Quarterly Review de 1813 (pág. 255): «Another ancient and extensive class of language... may be denominated the Indo-European». 

El azar, ayudado quizás por una cierta prevención de los investigadores no alemanes contra una utilización abusivamente nacionalista de «Indogermano», ha hecho de «Indoeuropeo» el término agraciado con la generalización de su empleo.