El nombre que designa a una planta de raíz bulbosa y a su flor se origina en el turco tüllbend, significando "turbante", debido a la forma de dicha flor. El turco toma esa palabra del persa dulband (turbante: tocado propio de las naciones orientales que consiste en una faja larga de tela rodeada a la cabeza).
En el siglo XVI obsequiar un tamo de tulipanes implicaba regalar una fortuna. En ese tiempo era una flor muy especial, una mercancía de lujo, equiparable a un metal precioso. Con el valor de un bulbo de tulipán se podía adquirir una casa en Amsterdam, por entonces uno de los principales centros comerciales y financieros del mundo.
La aplicación de ese nombre a esta valiosa flor procede de una confusión y no de su semejanza con el turbante. Un embajador europeo en Turquía hacia fines de la Edad Media y principios de la Moderna supo preguntar por el nombre de la flor que ornaba el turbante de un hombre. Creyendo que el europeo se refería al tocado, le respondieron con la voz que designaba al turbante.
En el siglo XVI los turcos, poseedores de un poderoso imperio asentado sobre el antiguo Bizancio o Imperio Romano de Oriente, establecieron los festivales de tulipanes durante las noches de luna llena, asociándolos con el amor, el romance. Simultáneamente, arribaban a Europa las primeras semillas de la planta de marras. Fueron sembradas por Clusius en el Jardín Medicinal Real de Praga. Poco después Clusius llegó a ser el conservador de los Jardines Botánicos de la ciudad neerlandesa de Leiden, llevando con él la colección más grande de tulipanes.
Con el transcurso del tiempo, al generalizarse su cultivo, el valor de los tulipanes disminuyó drásticamente, provocando la ruina de no pocos cultivadores del mismo.
Cecilio Lasheras
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