Es un trazo distintivo de las novelas de caballería el que las aventuras de los héroes acontezcan en un marco mucho más abstracto que el terreno bien delimitado de la acción épica o histórica. Mientras el guerrero del poema épico pelea por defender una tierra o una población en una bien concreta situación geográfica, en nombre de una patria o por un estandarte nacional, el caballero andante va en busca de aventuras hacia un horizonte impreciso por un pasaje fantaseado.
Sólo el vasallaje al rey Arturo lo liga a un monarca y a un destino heroico, sólo su pertenencia al mundo de los elegidos de la Mesa Redonda lo provee de compañeros en esa contienda eterna contra una maldad misteriosa y ubicuamente dispersa.
Los reinos de los diversos palacios de la Tabla Redonda -por más que alguna vez se distribuyan en Inglaterra, Francia, Irlanda, etc.-, son dominios feudales tan imaginarios como los dominios de Arturo.
La corte -en Caerleon o Camelot- es el punto de encuentro y la única patria de estos audaces jóvenes de la noble caballería que, con ánimo deportivo y una alborozada apostura, salen al amplio mundo de la aventura. Como la misma palabra lo indica, la aventura es el espacioso ámbito de lo azaroso, en el que el elegido va a probar su valor y su valer, como en un torneo ante los ojos de las damas. A la aventura, sin rumbo previo marcha el caballero en un acto de afirmación heroica.
Carlos García Gual: HISTORIA DEL REY ARTURO Y DE LOS NOBLES Y ERRANTES CABALLEROS DE LA TABLA REDONDA (Madrid, Alianza, 19996, p.65)
No hay comentarios:
Publicar un comentario