En un sustancioso estudio previo a la novela barojiana de inspiración mediterránea EL LABERINTO DE LAS SIRENAS, Juan de la Encina define al escritor vascongado "el sedentario de Itzea". Echea en euskera significa la casa. Tal era el nombre de la solariega residencia que habitaba Baroja en Vera del Bidasoa (Navarra).
Tal calificativo nos recuerda al de otro notable creador literario de la primera mitad del siglo XX que comparte más de una característica con don Pío. Hacemos referencia al "solitario de Providence" (Rhode Island), Howard Ph. Lovecraft.
Reproducimos seguidamente algunas de las caracterizaciones que efectúa el crítico de arborícola apellido.
En primera instancia relaciona la prosa barojiana con una combinación de estilos pictóricos: impresionista, romántico y clásico. Con el predominio del primero. A tal efecto, acota que la narración barojiana podría equipararse con la pintura del impresionista asturiano Darío de Regoyos y Valdés.
Igualmente, el estilo del novelista vasco recuerda a los ilustradores románticos ingleses, que en los grabados al acero lograron plasmar las sutiles imágenes que luego desarrollaría el impresionismo.
En su vertiginoso estilo, donde aparecen y desaparecen numerosos personajes y escenarios, Baroja percibe el paisaje a la manera de un romántico, explorando la España arcaica. Esa atracción por los misterios y los encantos del pasado coincide con su poca afición a la pintura moderna, espejo del desquicio vertiginoso, el hacinamiento y el mal gusto que caracterizan a nuestra desangelada época.
Así, Baroja nos presenta paisajes naturales o urbanos que parecen haberse congelado en un tiempo pretérito.
Escribe De la Encina:
"Los lugares marineros, los puertos, que Baroja ama, no son los actuales; son aquellos que conservan el aire de la navegación al modo antiguo, los de los barcos de vela, que traen a la imaginación los tiempos románticos de la marinería.
El gran puerto y el barco enorme de turbinas causan un secreto pánico en el ánimo del novelista y la presencia de mecánica le corta el sueño poético.
La disciplina, tan cercana a la esclavitud, que impone la mecánica al hombre no le seduce, y para soñar a sus anchas se refugia en los puertos viejos y en el barco de grácil corte antiguo.
En los puertos antiguos y en los veleros siente Baroja culminar la poesía marinera, y en ellos pone líricamente el recuerdo de los tiempos en que el mar era fontana de sorpresas y azares y en que las rutas marítimas no tenían la precisión ferrocarrilera de los actuales.
Por eso las marinas de Baroja nos recuerdan las de los pintores clásicos iniciadores del romanticismo.
Tiene su ardor, su misterio y su sentido de lo pintoresco.
La novela reseñada está firmada en Rotterdam, en septiembre de 1923. Baroja había dedicado ese verano boreal para visitar las costas del Mar del Norte, tan parecido a su natal Cantábrico. El afán viajero del vasco parece contradecir su otra tendencia vital: el cariño por la vida hogareña, retirada y aldeana. Esta aparente contradicción también recuerda no sólo el caso de Lovecraft sino también el de Hermann Hesse, otro heredero del romanticismo. En los 3 autores coetáneos hay una coexistencia enriquecedora de esas dos actitudes no opuestas, sino complementarias. La contemplación, la reflexión, por un lado, y la acción, por el otro. Cabe también acotar que la primera, ligada con la imaginación, también implica una acción, aunque interior.
De esa manera, el placer de la vida hogareña, del retiro dedicado al ocio creativo, se complementa muy bien con la vida del errante aventurero que persigue la búsqueda de la belleza y el misterio entrañables. La unidad de la creación literaria.
Sebastián Azcarate