El estadounidense Joscelyn Godwin en su estudio sobre la antigua tradición que afirma el origen polar de la humanidad (o al menos de una parte de ella) -EL MITO POLAR (1996)- dedica un capítulo a la Sociedad Thule, grupo esotérico que suele considerarse de vital importancia en el surgimiento del nacional-socialismo alemán. Seguidamente nos abocaremos a lo que allí trata.
Desde fines del siglo XIX fue cobrando cada vez más fuerza la mitología vinculada con la patria ártica de la humanidad, alimentada por por el esoterismo, por un lado, y por la ciencia, en segundo lugar. Para distinguir el concepto esencialmente racial de la no menos mítica Hyperbórea (palabra griega que significa "la tierra más allá del norte", desde donde sopla el violento y devorador viento, a la cual regresaba el dios solar Apolo una vez al año), centro primordial de la humanidad, Godwin emplea aquí la voz Thule, que tiene cierta resonancia que la ligaría con Atlántico, Atlántida, Atlas y la Tula de los rusos por un lado y de los toltecas por el otro, o con el Aztlan o Aztatlan mexica.
Justamente, el autor de marras plantea que la mítica tierra de Thule en primera instancia debe relacionarse con el supuesto continente o gran isla perdido de la Atlántida.
Durante siglos, debido sobre todo a Platón, se creyó que la Atlántida había surgido en medio de lo que actualmente es el Océano Atlántico. Fue Olaus Rudbeck, a fines del siglo XVII, el primero en disentir con esta postura, identicándola con su Suecia natal.
Jean-Sylvain Bailly, lector de Rudbeck e historiador de la astronomía antigua, en su correspondencia con Voltaire alegaba que la Atlántida estaba ubicada muy al norte, quizá en las islas de Spitsbergen, Groenlandia y Nova Zembla,
Cuando la Tierra era más joven, según Bailly, su calor interior era mucho mayor, por lo cual la vida en la zona ártica (palabra de origen griego relacionado con oso, de la cual también derivaría Arturo, nombre del mítico rey celta) podría haber sido sumamente tolerable o más que en otras partes del planeta.
Además, dado que el movimiento terrestre era más lento cerca de los polos, la atmósfera no habría sido tan densa. Así, la legendaria primavera permanente podría haber realmente existido.
Por ende, los atlantes de Bailly se asemejaban a los hiperbóreos de la mitología clásica, originarios del Jardín de las Hespérides cercano al Polo, quedando pruebas de su templado clima en la flora y en la fauna fósiles del círculo polar ártico.
Las exploraciones oceanográficas del siglo XIX y el tendido de cables telegráficos transatlánticos a partir de 1858 no aportaron pruebas sobre la existencia de un continente hundido en el Atlántico, al menos en el lapso de una memoria humana razonable.
Tal vez por eso aquellos que aún se sentían atraídos por la leyenda de Platón se inclinaron hacia la teoría según la cual la Atlántida habría estado situada en el extremo norte. De esa manera, la misteriosa Thule cartografiada por el marino griego Piteas de Marsella (colonia fundada por los helenos con el nombre de Massilia) podría relacionase con la mítica tierra de los atlantes.
Entre los años 340 y 285 a. C. Piteas realizó un arriesgado viaje al norte de Europea. Arribó a Escocia e incluso llegó a una latitud más septentrional. Observó que en el día más largo (o sea, con luz solar) en el norte de Gran Bretaña tenía 19 horas, lo cual demuestra que habría alcanzado las islas Shetland del Norte.
Su viaje adicional a Thule no es tan fácil de precisar. Podría haber llegado a Islandia o, en la dirección opuesta, a Noruega. De todos modos, Piteas informó que logró arribar un día a un mar helado, al norte de Thule.
SEGUIRÁ
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